En su viaje hacia el norte van depositando sus huevos sobre distintas especies de Asclepiadáceas, que son plantas que contienen compuestos tóxicos para el ganado y otros muchos herbívoros. Las orugas consumen ávidamente estas plantas, incorporando los tóxicos a sus propios tejidos, lo que les sirve como defensa ante sus depredadores y que serán transmitidos a las mariposas que emergerán de sus crisálidas.
Desde hace años se han avistado ejemplares de esta especie de mariposa en zonas costeras del sur de la Península Ibérica. Estos avistamientos esporádicos se han interpretado como ejemplares divagantes que han sido arrastrados por el viento y que han podido llegar a la Península desde América del Norte; en ocasiones, estas mariposas han llegado a formar colonias efímeras en los lugares donde existen las especies de plantas que necesitan para completar su ciclo biológico, desapareciendo poco tiempo después.
Afincadas en Cádiz
Desde 2008, la Fundación Migres financia un proyecto de investigación con la Universidad de Córdoba para tratar de conocer la situación real de esta especie en el sur de Europa. Los investigadores Juan Fernández Haeger y Diego Jordano Barbudo, profesores de Ecología de la Universidad de Córdoba, con la colaboración de Mateo León, Charo Rivas y Carlos Camacho, llevan casi tres años estudiando una amplia franja costera del sur de Cádiz (entre Vejer de la Frontera y Castellar de la Frontera) tratando de localizar todos los enclaves donde la mariposa monarca podría no sólo aparecer, sino completar su ciclo biológico.
Los científicos han localizado y cartografiado todos los enclaves o rodales encontrados de las plantas adecuadas para el desarrollo de la mariposa monarca. Estas especies de plantas son fundamentalmente dos: la mata de la seda (Gomphocarpus fruticosus), introducida en el siglo XVIII desde África, y la adelfilla (Asclepias curassavica), que debió introducirse en España desde América central durante el siglo XVI. Ambas tienen una distribución muy fragmentada en esta zona y, paradójicamente, son favorecidas por el ganado, que consume otras muchas especies de plantas pero no éstas Asclepiadáceas, bien defendidas del ramoneo por su toxicidad.
Los investigadores revisan sistemáticamente los rodales de plantas tratando de detectar la presencia en ellos de las mariposas, sus huevos, orugas o crisálidas. Durante el desarrollo de este proyecto se ha estudiado una zona de 900 km2 en la citada franja litoral próxima al Estrecho de Gibraltar y se ha conseguido demostrar que las mariposas monarca han ocupado aproximadamente dos tercios de los rodales existentes y han estado de forma persistente durante los tres años de trabajo en gran parte de ellos.
El número de fragmentos colonizados por la mariposa varía entre años y también estacionalmente; se expande más en verano y otoño y ocupa menos fragmentos en invierno. Los resultados indican que la extinción local en algún fragmento puede ir seguida de la recolonización desde otros fragmentos próximos (funcionando como una meta-población), sin que pueda excluirse la llegada esporádica de individuos de origen americano, tal como se registra en otros países europeos.
Proeza migratoria
Datos anteriores y registros históricos sugieren que esta especie debió instalarse en el sur de la Península Ibérica probablemente en el siglo XIX, cuando la mariposa alcanzó Canarias, Azores y Madeira y se expandió también por el océano Pacífico hasta llegar a Australia. Esta expansión es enormemente llamativa y es un ejemplo más de las proezas que pueden realizar insectos tan frágiles como una mariposa.
Cruzar el Atlántico para una mariposa no es un hecho aislado. En el Reino Unido, donde existe una organizada red de observadores del mundo natural, esta especie de mariposa se ha observado en repetidas ocasiones, coincidiendo fundamentalmente con episodios de viento fuerte de poniente y la llegada de especies exóticas de aves arrastradas por el viento. Pero en esas latitudes la mariposa no encuentra las plantas donde poder reproducirse y el clima es demasiado frío para ellas. Por el contrario, en el sur de Europa, los ejemplares que lleguen desde el otro lado del Atlántico podrán encontrar un clima más benigno y la presencia de las plantas adecuadas para completar su ciclo biológico.
Los investigadores destacan, por último, la necesidad de proteger estos llamativos insectos, protección que debe estar basada en el conocimiento preciso de las condiciones para favorecer su ciclo biológico y las de los fragmentos de plantas que seleccionan.